EXPECT THE UNEXPECTED. EL DÍA DESPUÉS

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Tu tarjeta de visita es más que probable que cambie más tarde o más temprano. No en el nombre. No en el dueño. Pero sí en un par de líneas que hoy parecen grabadas en piedra. Se trata de tu empresa y tu posición. Nada es para siempre y ni siquiera siempre quiere decir parecido.

Antes de inaugurar oficialmente las vacaciones me he encontrado con varios casos de colegas que han recibido noticias que no esperaban de las compañías para las que habían estado trabajando como poco una década. Su implicación, dedicación y rendimiento estaban fuera de casi toda duda. Casi toda. Por lo menos en el imaginario individual de quien vivía bajo esa creencia, básicamente los implicados y el entorno que no siempre tiene acceso a toda la información de los intríngulis del día a día.

Las inesperadas noticias les trajeron no una nota avanzada de deseo de felices vacaciones sino una notificación de despido. En todos los casos con unas lindas palabras de agradecimiento por los servicios prestados y una disimulada justificación de que la decisión no tenía ningún componente personal. Algo así como “lamentamos comunicarte que a partir de hoy deja de ser efectivo el contrato que tienes con esta empresa. Agradecemos todos estos años de tu abnegada dedicación y te deseamos toda la suerte en el futuro”. Se supone que el texto termina con un “sin más, recibe un cordial saludo”.

De todos estos textos burocráticos vacíos de contenido emocional pero cargados de simbolismo que muchos hemos a veces recibido y a veces redactado, quizás las palabras más sinceras y contundentes sean las de “sin más”.

Porque hasta pocos segundos antes de la noticia había algo. Había más. Había la historia, la trayectoria, los logros y los fracasos. Y había posición laboral y social. Durante la recepción de la noticia, ya no hay más. Empieza a haber menos. Menos energía; menos explicaciones y menos problemas urgentes que sin la asistencia de uno no tendrían solución. Y segundos después, definitivamente no hay más. No hay más posición, más cargo, más representación de un logo.

La noticia que en de forma de espada de Damocles todos tenemos soplándonos en el cogote ya está aquí. Se sabe que puede pasar, pero siempre hay una falsa sensación de invulnerabilidad. Aquella voz interior que te dice “a mí no me pasará”. Lo cierto es que hay demasiadas historias próximas como para hacer buena aquella magnífica expresión anglosajona de expect the unexpected.

Pero no. No se acaba el mundo. Queda todo. Queda lo que cada uno sea capaz de creerse de sí mismo. De poner en valor el conocimiento y experiencia acumulados. No es poco. Pero definitivamente no es suficiente. Si más o menos se intuye que la posibilidad de que esa fatídica nota un día llegue, ¿qué hacemos cada uno de nosotros para preparar el día después? La respuesta contrastada con la inmensa mayoría de personas del entorno es demasiado contundente y hasta agria: nada. No se prepara el día después. No importa cómo de bien estés hoy en una organización o cuán importante pienses que eres. Que le pregunten a Messi si era importante y estaba bien (hasta hace unas semanas aparentemente sí) en el Barça. Y recibió exactamente la misma nota que mis colegas antes de empezar las vacaciones, solo que con otras apariencias.

Hay que tener preparado el día después. Y hacer este ejercicio personal no es un acto de traición o de infidelidad a la organización. Es un gesto de equilibrio de fuerzas y, sobre todo, de aceptación natural y bilateral de una realidad que no se puede esconder debajo de la alfombra. La realidad induce a pensar que lo que tenemos hoy está bien y es estable. Si bien, mañana puede girar como un calcetín. La gracia de todo esto es la aceptación natural por las partes de que esto se lleve a cabo. De que se puede preparar ese día después con el apoyo y consentimiento de la empresa. Los beneficios son incuestionables, al menos estos 8:

  1. Rendimiento. Si el empleado cuenta con el apoyo de la empresa para preparar su futuro, la sensación de estabilidad crece. No es agradable saber que un día la relación se puede extinguir, pero mientras se está dentro, hay que darlo todo. ¿Cómo no se va a dar todo con ese pacto?

  2. Transparencia. Si se ponen las cartas boca arriba por parte de todos, las cosas fluyen. La nota del último día aun seguirá diciendo “sin más”, pero esta vez estará lleno de contenido y, deseablemente, acompañado de un texto repleto de emociones, no vacío y protocolario.

  3. Compromiso. El del empleado, que se sabe miembro de una organización que es capaz de ir más allá de las obligaciones que le exige. Cualquier otra respuesta sería no solo injusta sino indigna por parte del empleado.

  4. Fidelidad. Tener el día después organizado y en perfecto estado de revista no quiere decir que, si los valores que antes indicaba están en su justa proporción, no haya una voluntad de mantenerse en la organización. De hecho, habrá mayor motivación por permanecer.

  5. Motivación. “Hay que venir motivado de casa”, se suele promover desde los despachos de los responsables de departamentos y desde el altar del CEO. Y no le falta verdad a la frasecita. Pero hay que poner y dar herramientas para que esto sea posible. Y un gran instrumento, poderosísimo de motivación, es la ayuda para el día después.

  6. Sostenibilidad. Una organización con empleados motivados, cuyo rendimiento es máximo gracias al compromiso y fidelidad de quien trabaja para ella, será más sostenible económicamente. Su capacidad de generar rendimientos económicos positivos será mayor que otra empecinada en simplemente sucumbir a sus accionistas por el estricto bien de la cuenta de resultados.

  7. Reconocimiento de marca. Una empresa cuyos valores referidos en los puntos anteriores se acumulan en positivo se convierte en aspiracional. Un destino para buscadores de empleo y un refugio para consumidores que al final acaban detectando esos comportamientos que la hacen irresistible y amiga.

  8. Líderes no jefes. No hace falta explicar las diferencias, pero sí hace falta que los líderes se hagan notar en las organizaciones. Sigue habiendo mucho jefe suelto para indios que lo que esperan es precisamente que quien toma decisiones por encima de ellos sean sensibles a aspectos personales como el que ayudarles en su día después.

Para tener ese famoso día después listo, se debe anticipar un ejercicio que para bastantes puede resultar familiar: elaborar un plan de negocio. Solo que esta vez, la cosa no va a ir de un nuevo producto o servicio sino de lo más trascendental que existe: uno mismo. En el plan de negocio debe haber un apartado especial dedicado a la construcción de la marca personal cuya utilidad es, seguramente, el mejor y mayor activo que poseemos.

Nada es fijo y todo fluye. En la tradición filosófica de origen chino conocida como taoismo, esta última frase se encaja como el Tao. El Tao es el camino. Un camino que puede tener paradas, incluso metas. Pero no bloqueos. Después de esa posible nota que acaba con aquel “sin más”, todos debemos tener un Tao que nos permita seguir nuestro camino. Construye tu Tao.

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